Por Julián Pérez
La frase que encabeza esta columna pudiera parecer una simple anécdota, una suerte de comentario desenfadado, más o menos tipo de un artista urbano actual. Pero muy por el contrario, Pablo Chill-E no hace sino dar cuenta, sin necesariamente pretenderlo, del escenario de mediocridad política de esta contienda electoral.
En efecto, en esta segunda vuelta vemos el enfrentamiento de dos proyecto políticos que poco y nada han convocado -sobre la bases sus proyectos y programadas- realmente. Indiquemos primero lo más obvio: ambas candidaturas se presentan a segunda vuelta con los porcentajes de apoyo más bajos de la historia de todas las segunda vueltas que han atravesado a nuestro sistema político, nada comparado con el 49,7% que sacó Lagos versus el 48,6% de Lavín (en 1999); ni tampoco lo que sacó Piñera I (44,06%) en el 2009 o Piñera II (36,6%) en el 2017; Bachelet I (45.9%) en el 2005 y II (46,7%) en el 2013. Sí, los números lo indican claramente, las candidaturas de Kast y Boric son las menos convocantes y menos atractivas que el sistema político ha visto pasar en estos últimos 30 años, pese a toda la parafernalia que alrededor de ambos se montado.
Pero no solo eso, lo hacen además sobre la base de una convocatoria electoral que nuevamente -en primera vuelta- se quedó por debajo del 50% de participación; cuestión extremadamente crítica si consideramos que un sistema político “sano” al menos se debe sostenerse sobre un 65% o 70% de participación.
Dicho ello, además podemos observar otro gran asunto: ninguna de las candidaturas está convocando -en masa- al votante tras su proyecto político y programa. Muy por el contrario, la inmensa mayoría esta votando “contra” el contrincante y no “por” su candidato; es un voto movilizado por el miedo de que sea o el “comunismo chavista” el llegué al poder, o que el “fascismo pinochetista” retorne nuevamente a la más alta esfera del Estado.
Ambas candidatura se han desplegado precisamente haciendo uso (y abuso) de ese marco discursivo y performático: “movilizar la esperanza” contra el “fascismo” (Boric); “resistir la ofensiva comunista-chavista que va a terminar de destruir un país ya en ruinas”.
Lo cierto es algo diferente, durante estas últimas semanas hemos visto un Boric girando radicalmente hacía el centro político, buscando los apoyos de los viejos dinosaurios del neoliberalismo como lo son Bachelet y Lagos; ambos algo más que simples “símbolos” del ancien régime; sino verdaderos artífices, líderes y arquitectos del modelo social, político y económico que estalló radicalmente en las calles hace poco más de dos años. Pero además de buscar el apoyo y el sostén en la vieja Concertación, se ha ocupado de moderar su programa in extremis, asimilando programáticamente el ethos de la vieja Concertación sobre la base de nuevos y más jóvenes rostros. A estas alturas, realmente poco se diferencia el programa de Boric de lo que fue Bachelet II y la Nueva Mayoría.
Por el lado de Kast la situación no es tan diferente. El candidato de derecha ha enfocado toda su campaña en corregir un error que claramente le está costando la elección, y es que, como se sabe, Kast no armó un programa para ganar, sino un folleto que no tenía otro objetivo que agitar una serie de “ideas base” que hacen solo sentido entre los sectores más conservadores y reaccionarios de la sociedad chilena. En realidad, nada nuevo ni opresivo ni radical.
Kast, más bien, es una suerte de paladín de la derecha tradicional (gremialista) que se negó a moverse hacia el centro político como lo venía haciendo la UDI y RN hace ya una década o poco más. Kast no representa una derecha más radical, así como tampoco la derechización de la propia derecha. Kast es simplemente un UDI que se negó a dejar de serlo cuando el viejo partido de Guzmán giró un poco su política hacia el centro político (buscando votos). Kast, bastante lejos de cualquier política fascista auténtica como se ha intentado instalar desde el agitacionismo socialdemócrata y reformista, no es otra cosa que un conservador en lo valórico, un híper-liberal en lo económico y un autoritario en lo político, o sea, un gremialista de tomo y lomo. El fascismo es algo bastante diferente, de partida es nacionalista, estatalista y antiliberal. Tampoco el fascismo es autoritario; es totalitario, cuestión bastante más radical que lo anterior.
Kast, dicho en simple, fue quien “quedó parado” luego del desplome de Sichel, quien entre errores propios y la desconfianzas per se de la derecha hacia un ex DC, terminó por derrumbarse sobre sí mismo. En ese escenario la derecha no tuvo más opción que volcar sus votos hacía Kast (sin duda muchos de ellos, sobre todo UDI’s lo hicieron felices).
De ningún modo Kast en un fenómeno electoral o de masas como lo es fascismo, el que en realidad se constituye como fuerza con un inmenso poder de convocatoria entre sectores populares, tal cual lo fue en la vieja Alemania e Italia de postguerra.
Kast agita consignas radicales pues intenta movilizar el miedo contra el “comunismo”, pero pocas de sus propuestas difieren en lo sustantivo de lo que los gobiernos de la Concertación ya aplicaron. Recordemos, por ejemplo, que fue Lagos que implementó la ley antiterrorista contra el pueblo mapuche por primera vez así como también la militarización de Wallmapu, mientras fueron Aylwin y Frei quienes conformar “La Oficina” para reprimir (por fuera de los marcos del Estado de derecho, tal cual los organismos de seguridad e Pinochet) a las fuerzas “terroristas” que amenazaban a la naciente “democracia” (de los acuerdos), también recordemos que fue Bachelet quien comenzó la zanja en el norte que ahora Kast pretende continuar, o que fue Bachelet quien ordenó la conformación del Comando Jungla que luego dio muerte a Camilo Catrillanca. Kast no propone otra cosa que mantener las mismas líneas de acción que la Concertación ya realizó a raja tabla por décadas. Por cierto, Boric y Siches anuncian ya la continuidad de la política de militarización de Wallmapu, la no libertad de lxs presxs de la revuelta; la continuidad de las AFP, entre otras medidas, en la misma línea de la Concertación (que desde las sombras sonríe frente al nuevo escenario).
En esta segunda vuelta solo estamos viendo el enfrentamiento entre dos opones no tan diferentes entre sí como se cree. Son, nuevamente dos rostros tibios del modelo que se enfrentan movilizando únicamente los miedos hacia el contrincante, y en ningún caso recogiendo votos hacia sus respectivos proyectos con la fuerza y energía que supondría una real elección polarizada. Es nuevamente la mediocridad política hecha modelo la que reina. Y, por cierto, nuevamente tendremos un gobierno (cual sea) que no atenderá las cuestiones estructurales que la revuelta popular plateo ya hace dos años como urgentes y necesaria. Le guste a quien le guste, en frente tenemos: Piñera III vs Bachelet III.
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