Por Julián Pérez
La producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador.
K. Marx
La amenaza que ya representa el cambio climático a la producción de alimentos es cada vez más evidente en Nuestra América, una región en la que lidiamos además con la pobreza, el hambre y una extraordinaria desigualdad económica, combinada con una riqueza -hiperconcentrada- que resulta cada vez más grotesca. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) -organización siempre moderada en sus ponderaciones-, en nuestra región más de 47 millones de personas viven en inseguridad alimentaria, situación que además se agrava debido al creciente impacto de eventos climáticos extremos como sequías, inundaciones y olas de calor, los cuales se suceden unos a los otros de manera cada vez más radical y grave.
La región chilena, por ejemplo, ha sido afectada por una intensa sequía (o “mega-sequía”) en los últimos años, especialmente devastadora en el norte chico y centro del país. Por supuesto, ello ha generado que la producción agrícola y la seguridad alimentaria de la población se vea gravemente golpeada. Según el último informe del Ministerio de Agricultura de Chile, la sequía ha afectado el 75% del territorio y ha provocado pérdidas económicas y de empleos para los pequeños productores y agricultores locales. Además, según el informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), se espera que nuestra región experimente cambios en las temperaturas y precipitaciones, lo que seguirá afectando la producción de alimentos y la seguridad alimentaria de la población en el transcurso de las siguientes décadas.
Por cierto, cabe enfatizar que la producción de alimentos tan importantes en la dieta humana, como el maíz y el trigo, se verá especialmente afectada por el cambio climático. No hay dudas que el régimen productivo capitalista y extractivista que domina la región es el principal responsable del cambio climático, la degradación ambiental y la pérdida de biodiversidad, además de la pobreza y miseria que se produce como resultado inevitable de todo lo anterior. Dicho de manera simple: el capitalismo no sólo se sirve de la clase trabajadora para aumentar los colosales caudales de capital, sino que además lo hace a costa de destruir cada vez más nuestro entorno natural.
La apocalíptica combinación de: intensificación de la agricultura a gran escala, deforestación y expansión de la industria extractiva han llevado a la pérdida de tierras cultivables y la degradación del suelo, situación irreparable a corto y mediano plazo. Además, la concentración monopolista del mercado de alimentos en manos del gran capital transnacional nos ha empujado a la eliminación de la agricultura local y a la importación de alimentos baratos, de baja calidad y altamente procesados, lo que apareja otro conjunto de graves consecuencias sobre la salud de las personas, especialmente entre los sectores más desposeídos de la clase trabajadora, quienes enfrentan mayores dificultades para adquirir productos orgánicos o mayormente saludables.
Ciertamente, enfrentar los desafíos del cambio climático y la seguridad alimentaria en Chile y Nuestra América, significa necesariamente un cambio estructural en el modelo económico capitalista y extractivista. Ello, sin lugar a dudas, significa también un enfrentamiento directo con el gran capital internacional y sus diferentes sucursales locales, pero también contra los Estados y gobiernos que le dan sustento político y jurídico.
Además de lo anterior, en un contexto de enfrentamiento social contra estos sectores, se necesitan políticas locales, autónomas y autogestionarias, que fomenten la adaptación al cambio climático y la resiliencia de la agricultura de manera local; así como el uso de técnicas agrícolas sostenibles -muchas de ellas ancestrales- y el mejoramiento de la infraestructura hídrica -lo que implica una lucha por el control del agua-. También es necesario oponerse socialmente a las emisiones de gases de efecto invernadero y promover un desmontamiento orgánico del aparato productivo industrial que opera en las zonas que están más amenazadas por el cambio climático, en muchos casos ello refiere a macro-regiones completas.