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Huye

Estados Unidos se precia de ser un país multicultural e inclusivo. Integrador de las diferencias. El punto es desde dónde entendemos la integración: ¿integrar es mantener a los afroamericanos viviendo en el mismo territorio, pero en una relación de constante subordinación? ¿integrar es “tolerar” la diferencia étnica y racial, constituyendo ghettos para que ésta viva? Estas son algunas de las preguntas que la película que hoy recomendamos, del director Jordan Peele busca dejar enunciadas. No desde un tono directo, sino que metafórico, pero por lo mismo doblemente meritorio.

La trama se ciñe a la relación de Chris, un afroamericano joven y su novia Rose, quien invita a su novio a conocer a sus padres, pasando con ellos unos días en casa de estos. El personaje de Chris es sereno y eso es lo que nos permite observar con más precisión el ambiente desquiciado en el que comenzará a circular. Al llegar donde sus padres, el ambiente se volverá tenso. Los empleados domésticos del hogar resultan ser todos afroamericanos y poseen una especie de impronta sumisa impenetrable. Sonríen. Dicen que “todo está bien”, que “no hay demasiado trabajo”, pues los dueños de casa “nos hacen sentir parte de la familia”.

Sonreír, agradecer, decir que “no es el mucho trabajo que se hace”, siendo un empleado doméstico afroamericano ¿Qué más ilustrativo del ideal de un empleado, para cierto sector cínico de los blancos? Un diálogo magnífico de la película es cuando Chris nota esto sobre los empleados, pero sin decir nada a su suegro. El suegro le señala “saber lo que está pensando” y que en el fondo tiene a esos empleados ahí para “ayudarlos”. Señala que “habría votado por Obama una tercera vez, si hubiese existido la oportunidad”, quien fuera según él “el mejor Presidente que hemos tenido”. Este guiño a cierto sector “progresista” es bastante interesante, toda vez que luego descubrimos que los suegros de Chris lobotomizan a los negros, con el fin de volverlos más sumisos y darles sus cualidades a blancos en decadencia, que esperan tener sus atributos físicos y psicológicos: “ser negro es la nueva moda”, dice uno de los extraños amigos de los suegros de Rose.

La suegra de Chris, psiquiatra, cumple el rol de hipnotizar a las víctimas, para permitir la docilidad requerida por los procedimientos posteriores. De todo este complejo de decadencia, locura y racismo, surge una película única y original, que cuestiona los privilegios raciales y su intrínseco absurdo. Todo el elenco brilla -con una gran actuación del protagonista Daniel Kaluuya- en pos de un cine crítico fuera de los predecibles marcos del marketing del esnobismo gringo y sus progres de salón (radical chic). Sí, Trump es un bastardo condenable, pero miremos también la doble moral -¿poca moral?- de Obama y sus seguidores acomodaticios.

Ante la escalada de violencia racial que vive Estados Unidos actualmente, este film llama a observar también la violencia cotidiana. No sólo la condenable rodilla en el cuello es lo repudiable, también que los negros sigan ocupando un lugar de servidumbre en el imaginario colectivo. Que el FBI siga tomando como algo jocoso o relativizando cuando un

negro desaparece, como vemos en una escena de la película.

Esta sátira totalmente vigente tiene el mérito de hacer salir de lo evidente al discurso: ¿Cómo y cuándo se celebra a los negros en EEUU? ¿Cuando son estrellas deportivas, de la NBA, o la NFL? Como en la película, cuando muchos blancos racistas decían admirar la complexión física, el vigor o la fuerza de los afroamericanos. Pues bien, lo que ocurre tras esos esbozos compensatorios, débiles y cínicos de discriminación positiva, no es más que promover una integración bajo las reglas, normas y parámetros del blanco.